Fumarola’, nuevo disco de Roldán: emanaciones lisérgicas del espacio exterior
Según la RAE, una fumarola es una emisión de gases y vapores procedentes de un conducto volcánico o de un flujo de lava. Y, desde luego, es difícil encontrar un título que se adapte mejor al contenido de este quinto álbum de Roldán .“Fumarola” es, efectivamente, un disco gaseoso, vaporoso, volcánico y fluido. Desde que lanzara su primer EP en ese hogar de la heterodoxia sonora que es AA Records, Juan Carlos Roldán ha sido siempre un francotirador, un verso suelto, un electrón libre, alguien a quien no le importa saber si nada a favor o en contra de la corriente. Y ahora, con ‘Fumarola’, su nuevo disco editado bajo el sello El Genio Equivocado, más que nunca.
Con la brillante y sinuosa producción de un Abel Hernández (El Hijo) que ha realizado una verdadera labor de inmersión en el universo creativo de Roldán, el artista extremeño recurre en “Fumarola” a magnéticas armonías con pedigrí Canterbury, introduce continuos cambios dentro de cada canción y construye una exuberante arquitectura sonora levantada sobre planos diferentes. Lo hace con la inestimable ayudade los otros dos músicos que conforman actualmente la nave Roldán: Jaime Sevilla (bajo, percusión) y Nacho Olivares (guitarra, percusión, teclados). Y aunque el espíritu aventurero se le supone, éste es, sin duda, el disco más audaz y estimulante de su trayectoria. Sus flirteos pasados con el krautrock y el dub ya presagiaban una deriva como la actual, que fue también preludiada en temas como “León” o “Sucesos” de su anterior disco, “Tus poderes”, cuyo tono general tendía a una cierta sonoridad brasileña. Pero todo se ve sublimado en este nuevo álbum que destaca también por unas letras llenas de imágenes evocadoras que le conectan con sus amigos de Kiev cuando nieva. Pero donde los oscenses apuestan por una cotidianidad delirante, Roldán prefiere adentrarse en los universos visionarios y la dimensión desconocida.
“Fumarola” comienza con “Discusión imaginaria”, una pieza que parece surgida de una insospechada colaboración entre Philip Glass y Robert Wyatt. Huidizas armonías vocales envueltas en minimalistas sonidos circulares. “Marisma”, uno de los dos singles de adelanto, es una suerte de maravilloso mambo sideral, cuyo ecofuturismo se sitúa entre la utopía y la distopía: en un momento dado, su letra dice que “las algas, el musgo…evocan en mí el final de Solaris”, de Tarkovski. Una burbujeante apuesta por una nueva tropicalia que, además, cuenta con un imaginativo vídeo realizado por el propio Juan Carlos Roldán. “Se me olvidó”, el otro single de anticipo, es una extraña canción de amor que comienza con pausado ritmo downtempo para después derivar en el más delicioso pop cósmico, apoyado en la acariciante voz femenina de Ana Crespo.
En “Ciudad”, que parece la plasmación musical de la utopía de Tomás Moro, se entrecruzan un minimalismo expansivo con ciertos orientalismos que evocan a Japan y que culminan en un final en clave de samba galáctica. Y “Realista” (quizá se debería titular más bien “Escapista”) posee un delicado tono jazzy, ideal para un tema que se mueve entre lo onírico y lo lisérgico. Y si en “Gamelan”, efectivamente, hay una brillante traslación noisie del gamelán indonesio, en el elegante “Siameses” —con su texto escrito en modo imperativo- parecen sonar como unos Golpes Bajos del siglo XXI. Por su parte, “Locos del pueblo” es un canto a la heterodoxia en el que confluyen la rama exótica de la lounge music con el sonido Canterbury de Henry Cow y Hatfield & the North. En “Soluciones”, por otro Iado, el pop de influjo sixtieses lanzado al espacio exterior, entrelazándose al final con espirales de pura cyberdelia mientras Roldán canta eso de “…deja de buscar fuera del mundo, si hay belleza en la verdad está en el misterio de la naturaleza…”. De nuevo, la comunión entre lo telúrico y lo cósmico. El disco se cierra con “Basura”, una misteriosa e inquietante balada galáctica con ecos de John Barry, construida sobre ritmos que se arrastran de forma perezosa. “Fumarola” es una radiante colección de emanaciones lisérgicas (como dirían The Fuzztones), un disco que, sin duda, está destinado a auparse en lo alto de los listados de lo mejor de este año. Una resplandeciente y bienvenida anomalía.